Función y forma

La búsqueda de la belleza y la trascendencia visual de cualquier obra arquitectónica o civil no suele ser el objetivo primordial de su diseño. Normalmente existirá una necesidad funcional como germen creador de la obra. Sin embargo, la concepción estética siempre habita en la mente de quien proyecta cualquier estructura, como anhelo más o menos consciente durante su creación. En algunas ocasiones sí puede surgir la indagación estética como motor generador de una estructura, en la que su programa funcional será artificialmente modelado como excusa de esa expresión pura de arte, de forma más o menos disimulada.

Schelling (en su «Filosofía del Arte», de 1859) iba más allá de los paradigmas convencionales, y sugería que el origen de la belleza arquitectónica solo podría surgir cuando fuera independiente de su función. Es decir, la estructura debía parecer funcional, pero no serlo. Algunos autores, como Hendrix (2015), realizan algunas reflexiones muy interesantes sobre este tema.

Son innumerables las obras que se han dedicado al análisis del valor estético de las estructuras. Así, me vienen a la memoria obras clásicas como «Razón y ser de los tipos estructurales», de Eduardo Torroja Miret. En ella, el autor realiza una aproximación epistemológica a la relación entre estética, funcionalidad, resistencia y equilibrio para las más variadas tipologías estructurales.

Otro libro de gran interés es «The tower and the Bridge. The new art of structural engineering», de David P. Billington (1983). En él se realiza un profundo análisis del arte estructural desde la revolución industrial hasta los años 80 del siglo pasado. Es muy destacable que Billington entra en una fuerte oposición a los postulados de Schelling. Así, indica ya desde el prefacio de su libro que «las más bellas obras de arte estructural son principalmente aquellas creadas por ingenieros formados en ingeniería y no en arquitectura. Casi sin ninguna excepción parece que los mejores trabajos de arte estructural se habrían visto comprometidos si hubiera habido una colaboración arquitectónica en el diseño de las formas». Billington aboga, pues, por la estructura pura, sin adornos, como el camino más directo hacia el éxito formal.

La subordinación entre forma y función es un debate siempre interesante, con partidarios de una u otra posición, lo que demuestra la gran importancia que siempre ha tenido la componente estética en nuestras obras. Para poder comprender de forma adecuada la audacia estructural de algunos edificios, puentes, presas, etc., es necesario tener una cierta formación en mecánica de estructuras. Sin embargo, para poder apreciar los valores estéticos de esas mismas obras y poder formar opiniones críticas sobre su dimensión visual solamente necesitamos ejercitar nuestra sensibilidad, lo que da a la estética una categoría universal.

La ausencia como herramienta estética

Cuando se analiza una estructura desde el punto de vista de la forma, se suele estudiar la relevancia de múltiples factores: la elección de los materiales, la relación entre morfología y resistencia, la integración en el paisaje -natural o urbano-, su aptitud para reordenar visualmente su entorno, su capacidad para generar emoción en quien la contempla, etc.

Sin embargo, al examinar estas descripciones, siempre existe una gran ausente: la geotecnia, el arte de la tierra, que ayudó a modelar el terreno sobre el que la estructura reclama su protagonismo. Su oficio se desarrolla por el difuso camino que discurre entre el entorno natural y el mundo artificial. Busca su espacio propio en la delgada frontera entre el dominio de lo orgánico y el gobierno de la razón científica y artística. La geotecnia siempre está presente en cualquier estructura, y es un elemento primordial para conseguir el éxito estético. Y para ello, para poder estar, tiene que saber desaparecer.

La geotecnia, desarrollada racionalmente a través de la mecánica de suelos y rocas, ha sabido desarrollar con esmero el arte de la elipsis dentro de la narrativa estructural. Ha sido capaz de existir durante milenios sin que se tenga que aludir a ella explícitamente como elemento generador puesto que la consciencia sobre su presencia no es necesaria para que cualquier persona pueda establecer un diálogo funcional o estético con una estructura.

Evolución histórica de cimentaciones y estructuras

Cuando comenzaron a construirse las primeras viviendas, su forma vino impuesta en muchas ocasiones por el terreno que las sustentaría. Así, hacia el 5000 a.C., aproximadamente, algunas poblaciones se asentaron en las orillas de ríos y lagos, donde existían terrenos superficiales poco competentes. La necesidad de tener una fuente de agua cercana fue más fuerte que la dificultad de las cimentaciones, y así surgieron los primeros palafitos: viviendas livianas apoyadas sobre pilotes de madera, troncos de árbol hincados en suelos aluviales blandos. La estética tan característica de estas estructuras, que siguen construyéndose en muchas zonas del mundo, fue impuesta por condicionantes geotécnicos.

Con el paso de los siglos, nuestros antepasados quisieron seguir dominando tanto las alturas como el vacío entre dos puntos. Así, los edificios fueron cada vez más altos, las presas de mayor volumen y las luces de los puentes cada vez más osadas. Cada tipología estructural era llevada a su límite, hasta que los fracasos acumulados por su audacia eran superados por la invención de nuevas tipologías estructurales. Así, surgiría el arco como gran herramienta para la conquista tanto de lo vertical como de lo horizontal: las catedrales góticas se aligeraban gracias a la utilización de arbotantes, menos pesados que los masivos contrafuertes románicos, y conseguían mayores espacios; los puentes conseguían dar mayores saltos por encima de ríos y gargantas anteriormente inabordables.

Pero la aparición de estas nuevas ideas estructurales, de potencia estética indiscutible, producían nuevas problemáticas en el terreno, que también debían ser superadas. Cuando se había conseguido un cierto dominio de la transmisión de las cargas verticales al terreno, el arco llegó para introducir componentes horizontales que añadían una gran dificultad al éxito constructivo de las cimentaciones.

Posteriormente nacerían los grandes puentes colgantes o atirantados, que hundirían sus pilas bajo el agua en terrenos en ocasiones extremadamente blandos, o los rascacielos, que transmitirían cargas cada vez más poderosas. La geotecnia es una disciplina que siempre ha conseguido adaptarse a las cambiantes demandas del ámbito estructural: a medida que consiguen dar respuesta a cada nueva exigencia mecánica, las actuaciones geotécnicas han sabido seguir integrándose en las nuevas estructuras de forma silenciosa, cediendo protagonismo desde su ausencia formal.

Un ejemplo: varios puentes, conviviendo en un mismo espacio

Una obra muy interesante, y que puede constituir un buen paradigma de la idea de la geotecnia como elemento fundamental en el programa estético y funcional de una estructura es el proyecto de rehabilitación del Puente de Costana. Esta estructura, situada en la localidad burgalesa de Salas de los Infantes, fue construida hacia 1641-1646 en su forma original. Sus cinco bóvedas de mampostería permitían cruzar con seguridad el río Arlanza, un curso fluvial muy impetuoso. El puente fue ampliado lateralmente en 1944, de forma poco afortunada desde los puntos de vista estructural, funcional y estético, mediante una duplicación de sus arcos mediante hormigón. Con esta forma, el puente siguió en servicio, integrado dentro del trazado de la carretera N-234, hasta el 2007. En ese año, una de las bóvedas del puente original sufrió un colapso parcial, como se puede ver en esta imagen:

Colapso de una parte de la clave de la bóveda del Puente de Costana

Con el objetivo de poder restaurar el tráfico por la N-234 pero evitando seguir transmitiendo esfuerzos al agotado Puente de Costana, se optó por una solución de puente integral, constituido por un tablero postensado de sección rectangular maciza con dos vuelos laterales para dotarlo de mayor anchura, empotrado en varias alineaciones de micropilotes (diseñado por los ingenieros M. Bañares y L. Labastida). La premisa clave era poder materializar un nuevo puente sin sacrificar el antiguo pero sin someterlo a más esfuerzos. Para ello, se realizaron varios micropilotes que atravesaron las pilas y estribos del puente original de los siglos XVII y XX, para buscar un sustrato profundo competente en el que empotrarse con garantías de una correcta resistencia, deformabilidad y equilibrio.

Los micropilotes atravesaron el puente existente pero sin vincularse al mismo. De esta forma, cuando se procedió al vaciado del puente para su saneado y posterior relleno -con el objeto de volver a dotarlo de la debida antifunicularidad de esfuerzos-, el puente antiguo se convirtió en el encofrado del nuevo tablero.

En principio, el nuevo tablero descansaría sobre el puente original durante toda la fase de armado y hormigonado. Sin embargo, al empotrarse adecuadamente sobre la cabeza de los micropilotes, la fase de postensado consiguió desvincular ambas estructuras, milímetro a milímetro: el brazo mecánico en cada sección de las vainas de postensado permitió generar un progresivo despegue del nuevo tablero en el centro-luz de cada vano, produciendo la entrada en carga de los apoyos micropilotados, que comenzaron la transferencia de cargas hasta el sustrato terciario en su empotramiento mediante el mecanismo de distorsión en la interfaz terreno-fuste.

El nuevo puente marcaría con su nueva línea de imposta su discreta pero eficaz presencia sobre el puente del s.XVII, cuyo único cometido sería ya soportar su propio peso. La cimentación, oculta en las entrañas del puente antiguo, había servido para dotar de funcionalidad y resistencia al nuevo tablero conservando el imprescindible protagonismo estético e histórico de los viejos arcos.

Referencias

Billington, D. P. (1985). The tower and the bridge: the new art of structural engineering. Princeton University Press.

Hendrix, J. (2015). The Dialectics of Form and Functioning Architectural Aesthetics. Rivista di estetica, (58), 31-45.

Schelling, F. W. J. (1859). Philosophie der Kunst

Torroja Miret, E. (2000). Razón y ser de los tipos estructurales. Instituto de Ciencias de la Construcción Eduardo Torroja, Madrid (primera edición: 1956).

Historia del Puente de Costana: http://www.salasdelosinfantes.com/es/contenido/index.asp?iddoc=13